jueves, 4 de diciembre de 2008

Suspiros


Me crié escuchando la amenaza contra el exterminio marxista y a Rafael Benavente, mi padrino que, no tenía miedo de ser comunista, peleando a gritos con mi papá que era Demócrata cristiano. Tomaban whisky y tan pasados de trago como de cariño el uno por el otro, se gritaban acusaciones. El apoyo de los demócratas al golpe de estado decía mi padrino era un acto de inconsciencia, de ingenuidad o de complicidad genocida en el peor de los casos.
En el colegio Saint George veíamos derrumbarse el proyecto de educación “Integrada” de la “Holly cross”. Los compañeros de la población “el esfuerzo” iban dejando de asistir a clases. Vino el desborde del río Mapocho que terminó de alejarlos del barrio, para alegría de las señoras que soñaban con que sus casas no se irguieran frente a las mediaguas de los pobladores.
Se apagó la luz, se cortó el agua, el auto de mi amiga Eileen quedó sepultado por el barro en el elegante estacionamiento subterráneo de su casa sobre la antigua Costanera, actual Escrivá de Balaguer.
El río turbio revolvió las cosas y las clases volvieron a quedar cada cual en su sitio. Para los pobres se destinó otro baldío allá en alguna parte donde ya no podríamos ir en bici. Para nosotros el himno patrio incluyó la estrofa sobre las glorias militares.
Diez años después, cuando por fin pude salir del país gracias a la mayoría de edad, la máxima marxista que sostiene que la historia de la humanidad se escribe sobre la lucha de clases se convirtió en afán cosmopolita, en sintomas de la “aldea global” de Mc’luhan. Hasta en estilo “funky- business” como proponen Ridderstrale y Nordström en su libro de economía contemporánea.
De cuica pasé a inmigrante extranjera. De niña apitutada a cajera de Pumper- Nick…
Bueno, una de las cosas de irte a otro país es que te conviertes en una “desclasada” y no por esnobismo sino por contexto. La intención de integrar e integrarte con otras realidades vuelve a ser un manantial, una escuela.
En el barrio de Floresta en Buenos Aires; un moreno en polera roja y bermudas me siguió, se lanzó preguntando cosas simples como:
- ¿Sos del barrio?
- No
- ¿Hacia donde vas?
- A tomar el colectivo
-¿Te puedo acompañar?- le contesté que sí.
Diego es paraguayo, le faltan casi todos los dientes y, tiene una prótesis no muy bonita en su lugar. Trabaja de cortador en una fábrica de camisas, arrienda una pieza y ahorra para comprarse una casa, esa es su principal ambición. Esta solo, muy solo y su trabajo no es algo que hace por gusto sino por necesidad. Le gustaría ser chef….hay un curso en el sindicato de por ahí cerca y cada vez que pasa se queda pensando en tomarlo. Pero no es solo lo que vale, sino también y sobre todo, los ingredientes…son muy caros. Yo lo veo como chef….se lo digo, me lo agradece mientras el atardecer termina de caer y sus ojos empiezan a brillar más. No parece feliz pero su mirada aún no llega a ser infeliz. Me conmueve su delicadeza.
Pregunta qué hago.
- Soy profesora – contesto y eso parece incomodarlo.
- Yo no tengo estudios completos dice- Debe ser lindo estudiar tanto.
- Si, la verdad me encanta estudiar. Si pudiera me dedicaría a eso y a escribir.
- Pero hay que laburar.
- Hay que ganar plata- suspiro sin querer-
- Eres muy linda- me dice ¿cuántos años tienes?
Ahí la lucha se pone desigual, estoy segura de llevarle por lo menos diez años….
-Vaya pregunta ¿y tú?
-29-
Lo ideal sería decir dos menos que él, es una regla que aprendí al dejar de verme de mi edad pero, decir 27 sería mentir demasiado.
-34 le digo.
- No parece- contesta-
-¡¡Chuta!! gracias- Pienso en mi verdadera edad y de ahí viene el ¡¡!!
Me pide el teléfono pero ya no vivo en Baires y sin entrar en ese tema, le ofrezco: ¿Usas correo electrónico?
-¿Para usarlo tengo que sacar uno, no?
-Si, pero es fácil- vuelvo a pensar en los estudios- la situación entra en punto neutro.
- Bueno me voy- dice- miramos hacia el nacimiento de la calle: mi micro ha aparecido ahí.
- Te veo de chef- repito.
Vuelve a agradecer y tomando mi mano decreta:
- Oye, esos suspiros tuyos. Mi mamá dice que son los muertos. Tu gente cercana que partió al cielo. Ahora son ángeles que nos acompañan. Cuando los muertos quieren que veamos con otros ojos nos hacen suspirar.
-Gracias- le digo y le doy mi mail anotado en una página de agenda. Lo guarda en su bolsillo mientras me subo al “Bondi”. No hay despedida, tampoco habrá intercambio electrónico. Darle mi dirección ¿Fue algo sentidamente cortés o cínicamente burgués? Me alegra haber decidido no gastar en taxi. El colectivo está casi vacío. Viajo sentada y abstraída mientras suspiro varias veces pensando en los muertos. Como mi padrino y mi padre que me pueden ver.

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