lunes, 3 de mayo de 2010

karadima o adiós al país de No me acuerdo



El caso Karadima es hoy, al menos para mi, una conmoción profunda. El abuso sexual y la pedofilia, temas sobre los que, investigué escribiendo mi novela "Crista".
El video adjunto, es parte del programa sobre la causa, y fue emitido por T.V.N. Confieso que es uno de los registros más inquietantes y reveladores que he visto. La constancia de la ingeniería social que se puede construir en torno a un abuso, me resulta abrumadora.
Creo que, este grupo de hombres están proponiendo un imperativo cambio en el comportamiento social. Han salido a denunciar que fueron abusados, animándose a llevar públicamente "la marca", en un país donde hay menos psicoanálisis que estigma. Y lo hacen a riesgo de no cicatrizar sin que la tribu entera lo procese y los libere, para que todos debamos aprender que no es necesario jugar a la perfección sino antes, y mil veces, desmenuzar la miseria humana hasta que deje de ser riesgosa...de tan negada.

Hamilton da la cara y nos enteramos que su heroísmo le ha costado muy caro. Lo dice su ex mujer que es claramente una amiga: denunciar los abusos a los que lo sometiera el párroco, trajo como primera reacción un cuestionamiento sobre él como víctima y no sobre el victimario.
Claro, como no, si es mucho más fácil negar que tener que asumir. En Chile ya hemos aprendido muy bien como vivir en la negación, pero somos novatos en el delicado y medicinal acto de revisar nuestras heridas y desnaturalizar los abusos. Actos tan revolucionarios como un hombre profesional, padre de familia y de clase media acomodada que, voluntariamente se expone y comparte el profundo dolor de un traumatismo íntimo; vienen para desenmascarar todo una red social de silencios solidarios y, tal vez de complicidades inconscientes. Estas confesiones nos obligan a todos a procesar e inventar una terapéutica social. Son actos que no caben con facilidad en la escenografía lustrosa de lo que preferimos creer ordenado y sacro.

Porque nos duele a todos, nos mata la ilusión y nos enfoca una periferia emporcada, un sacristía donde se arruman las tinieblas de lo que no debe ser junto a los elementos de los rituales que nos aúnan. Márgenes que ya no podemos dejar de notar, insectos peligrosos, roedores infecciosos.
Pero lo más desgarrador es que ya no podemos ignorar que, a veces, mientras nos abusan también nos envuelven en una maroma de contradicciones internas más esclavizantes y manipuladores que el mismo infierno vestido de cielo.
También que, darle el status y el poder de un superior espiritual a otro ser humano que está simplemente enfermo, es muy peligroso.
¿Cómo poner a Dios en un sitio donde lo humano no lo use de manera peligrosa?
Una pregunta inmensa que mejor responder viviendo actos tan revolucionarios y salvadores como el testimonio de estos hombres. Eligiendo ver lo que duele en el alma; aunque el que lo haga sea un esposo, un hermano, un padrastro, inclusive un hijo o un progenitor. Resueltos a no caer en la inercia del que prefiere seguir ciego. Porque ese oscurantismo voluntario puede estar avalando un sistema de tortura cobarde para, los que son vulnerados, al punto de perder la voz.